¿Quién es él? ¿De donde viene? ¿Qué planes tiene? ¿Cómo lo pincha? Esas y otras preguntas nos asaltan cada vez que nos encontramos con Frankie, el hombre misterioso que nos acecha a la vuelta de la esquina. Lo único que sabemos de él es que tiene una actitud pasivo-agresiva hacia nosotros. Esta semana ya nos lo hemos encontrado nueve veces en diferentes lugares: Enfrente de la oficina, en el parking del Corte Inglés, en la estación de trenes de Granollers, en el peaje del Vendrell, detras de una de las cristaleras de la copistería de Diagonal, en un banco junto al local donde alquilamos los trajes de animales para nuestras fiestas privadas, y hoy mismo, hace apenas unas horas, tumbado en el rellano de nuestro edificio. Con franqueza, estamos acojonados, y Nabuskus también, nunca lo habíamos visto así. No sabemos como reaccionar. Y lo peor de todo es que Frankie no hace nada, solo se nos queda mirando y se ríe, a carcajada limpia, mientras tartamudea su nombre con acento indígena.
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