El entusiasmo es síntoma etéreo de confianza. Aferrados a él, conducimos por un despeñadero amenazante, sabiendo que las profundidades del mismo acogen al ojo critico, a la lengua de alquitrán. Los rodajes son eso. Puro pánico. Un pánico que nos condiciona, que nos empuja a elaborar delicadas piezas para el paladar ajeno.
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